“La paz se basa en el respeto de cada persona, independientemente de su historia, en el respeto del derecho y del bien común, de la creación que nos ha sido confiada y de la riqueza moral transmitida por las generaciones pasadas.”
Papa Francisco
“No necesitamos pistolas y bombas para traer la paz. Necesitamos amor y compasión”, Madre Teresa de Calcuta, Nóbel de la Paz 1979.
No se puede hablar de tortura sin abordar la dignidad. No se puede hablar de tortura sin defender la paz.
La tortura se ha utilizado y, lo peor, justificado, en diferentes etapas de nuestra historia como Humanidad. Con más virulencia desde la segunda guerra mundial, pues, desgraciadamente, ha sido desde 1945 que los conflictos bélicos no han dejado de sucederse y ello acarrea tortura, que no es otra cosa que el grave dolor físico o psicológico infligido a alguien, con métodos y utensilios diversos (palizas, privación del sueño, de la comida y el aire para respirar, violaciones, descargas eléctricas, condiciones penitenciarias inhumanas, simulacros de ahogamiento, posturas en tensión… y un largo y desgarrador etcétera), con el fin de obtener una confesión o como medio de castigo, y si este castigo difunde el miedo en la sociedad la tortura ha cumplido vilmente su cometido. Tortura es sinónimo de miedo, de angustia, de trauma, de pánico, de atrocidad, de horror y de violencia.
Es un acto de barbarie inhumano, una vileza y mezquindad inexcusable que arrebata al ser humano su nobleza, arrastrándolo a la humillación e indignidad. El dolor y sufrimiento que causa continua después de cesar los actos de tortura, es necesaria una transición para restablecer lo perdido, tanto la víctima como su entorno. Y, además, ¡no funciona! Porque la información que se pretende obtener nunca será la verdad sino la que los torturadores quieren oír para que el dolor cese. Es, sin duda, la más falsa de las justicias.
¿Cómo podemos ser tan crueles? ¿Y cómo a veces permanecemos impasibles cuando nuestros semejantes, en diferentes latitudes o en la esquina de al lado están siendo torturados? ¿Por qué esos que se llaman gobernantes sólo ansían poder y vanagloria en lugar de bienestar para todos? Nos puede parecer un hecho del ayer, pero forma parte de nuestra historia de hoy, incluso con más sofisticación que en épocas pasadas.
Por ello, el 26 de junio marca el momento en que, en 1987, entró en vigor la Convención de la ONU contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes, siendo así el Día Internacional de las Naciones Unidas en Apoyo de las Víctimas de la Tortura.
La dignidad (del latín, dignitas, que se traduce por “excelencia o grandeza”), sin embargo, hace referencia al valor inherente a cada ser humano concreto sólo por serlo, en cuanto a ser dotado de libertad; la dignidad implica respeto y rechazo de toda manipulación: Es en 1948 cuando se recoge jurídicamente por primera vez en la Declaración de Derechos Humanos y, por ende, en los ordenamientos jurídicos de la mayoría de los países (art. 10 de la Constitución Española). De la dignidad humana es de donde emanan todos los derechos fundamentales.
Son antónimos que pueden ser resueltos en una fácil ecuación: dignidad-tortura= PAZ.
¿Cómo podemos proteger la dignidad y no denunciar la tortura? Es una de las grandes paradojas de nuestra sociedad. Vivimos constantemente insatisfechos, actuamos por impulsos, sin pensar, y eso da lugar a reacciones y actitudes de incomprensión y de agresión. Nuestra rabia, ira, disgusto da lugar a una onda expansiva que, a su vez produce estas emociones multiplicadas por mil en otras personas y así sucesivamente de un rincón a otro de los confines del mundo. No nos tratamos con amor, ni a nuestros semejantes ni a nosotros mismos.
Somos un mundo herido. Un mundo de aislamiento, de incoherencia, de falta de humanidad, afecto y fraternidad. Pasamos de largo ante las heridas de los demás, hacemos de la dignidad un tesoro personal, como si de un título honorífico se tratara y no una causa común y universal. No queremos darnos cuenta de que cada uno de nuestros actos resuena con un eco instantáneo en todos los corazones. No queremos aceptar que estamos hechos para amar, no para odiar, no para castigar, no para inventar nuestra propia justicia. No entendemos el diálogo como instrumento para resolver problemas, tal vez porque esto implica tiempo, dedicación y caridad. Acudimos a una batalla léxica continua de sinónimos y antónimos, y nos perdemos en ella, nos confundimos, no encontramos nuestro sitio: violencia y respeto, escucha y desatención, plática y discusión, amor y desprecio, perdón y venganza, guerra y paz.
Pero podemos llegar al horizonte que despeja la duda, que lo transforma todo en armonía y concordia, en amistad, en unión y conciliación, en sosiego. Si fuésemos capaces de entender la trascendencia de la palabra PAZ, todo lo que abarca, todo lo que permite… Porque la paz es liberadora y sanadora, es lo que todos anhelamos y deseamos. Vivamos por y para ella, respetando las creencias de cada ser humano, enriqueciéndonos los unos de los otros. Aceptémonos e incluyámonos todos en una sola vida.
Que no sea nuestra vida una noche oscura, sino un amanecer clamoroso.
Sólo así podremos erradicar para siempre la tortura.
La Fundación Madre Trinidad Carreras, con su maravillosa protección a la infancia, ese mundo inocente donde todo debe ser dulzura y alegría protege y aleja a los niños de la violencia y el riesgo. No existe un reto más sacrificado y encomiable. Salvaguardar a la Humanidad del mañana. Timor Leste, Benín, Angola, Cabo Verde, Perú… Un sueño de amor.
Merche H.
Voluntaria de la Fundación